La Agencia Internacional de Energía (AIE) nos ha mostrado que los desafíos para lograr una economía baja en carbono son grandes, demandando magnos esfuerzos en acciones de eficiencia energética, energías renovables, energía nuclear y de captura y confinamiento de CO2. En los últimos años hemos experimentado un cambio de escenarios que nos permite mirar de manera renovada la industria del gas natural.
Primero, los cambios tecnológicos que en las últimas décadas han transformado esta industria; segundo, la intermitencia que afecta a algunas fuentes de energía renovables y su necesidad de generación complementaria, y tercero, el creciente rechazo a otros combustibles, como carbón, petróleo y, después de la tragedia de Fukushima, la energía nuclear. Hasta hace poco, las reservas mundiales de gas natural convencional alcanzaban a 6.609 trillones de pies cúbicos (tcf), las que al ritmo de consumo actual habrían durado algo más de 60 años.
Pero gracias a las nuevas tecnologías disponibles para extraer gas no convencional, como la perforación horizontal para extraer gas de esquisto, han permitido sumar importantes recursos de gas no convencional, donde la Agencia de Información de Energía de EEUU (EIA) ha identificado otros 6.622 tcf de reservas de gas no convencional, incluyendo sólo algunas áreas en 32 países y existiendo aún un gran potencial por descubrir. Evidentemente, estos cambios tecnológicos han subido las reservas, pero con costos de producción mayores que los del gas convencional.
Cuando a las mayores reservas sumamos los avances en las tecnologías de licuefacción de gas natural (GNL), que posibilitan que el gas natural se pueda producir y transportar a lugares muy alejados de los pozos, encontramos un recurso abundante y de mayor seguridad energética y con acceso a múltiples fuentes de suministro. A esto se suma que pronto muchas centrales a carbón o nucleares llegarán al fin de su vida útil, y aquí el gas natural aparece como una alternativa atractiva para su reemplazo. Con una ventaja adicional, y es que las centrales a gas natural son menos intensivas en capital y con menores costos y tiempos de construcción, por lo que el desafío para el gas natural es comprometer precios finales de generación menores que los del carbón.
Las nuevas energías renovables hoy son más sólidas y competitivas, y están llamadas a desempeñar un papel creciente en la matriz energética. Sin embargo, por la intermitencia de generación que afecta a algunas de ellas, como la eólica y solar fotovoltaica, las centrales a gas natural son un buen complemento para dar seguridad del suministro necesario que requieren los sistemas eléctricos.
Ambientalmente, el gas natural también aparece con una ventaja frente a otros combustibles fósiles, con la mitad de las emisiones de CO2 de una planta de carbón y una significativa menor acumulación de cenizas. Asimismo, y después de las consecuencias del lamentable desastre nuclear de Fukushima, el gas natural sale fortalecido sobre esta tecnología.
El gas natural no convencional no está exento de riesgos y sí existe inquietud por la contaminación del agua y las emisiones furtivas de gas que pueden ocurrir durante el proceso de extracción. Sin embargo, a su favor la AIE ha indicado que con las técnicas adecuadas el gas de esquisto tiene emisiones un poco más altas que las de gas convencional, y que los riesgos ambientales sobre los acuíferos pueden ser administrados y mitigados adecuadamente.
Estos elementos, ciertamente, pronostican un renovado futuro para el gas natural en la matriz energética del siglo XXI, donde su mayor desafío está en ofrecer precios competitivos respecto de los precios de combustibles alternativos, no sólo para generación, sino también para otros usos, como en el transporte.
Fuente: La Tercera, sábado 12 noviembre 2011.-