(La Tercera, 09.12.2015). El cambio climático es una preocupación cada vez más apremiante, ya no solo de los gobiernos y empresas sino también de la sociedad entera, que empieza a advertir los graves efectos de este fenómeno en su vida cotidiana. Hoy, como nunca, el mayor desafío que enfrenta la humanidad es mitigar el “calentamiento global”, lo que implica conciliar una demanda creciente de energía con la necesidad de reducir los impactos negativos de la acción del hombre en el medio ambiente.
En palabras del Papa Francisco, “la humanidad está llamada a tomar conciencia de la necesidad de realizar cambios de estilos de vida, de producción y de consumo, para combatir este calentamiento o, al menos, las causas humanas que lo producen o acentúan”.
Sabemos que los denominados gases de efecto invernadero (GEI) son los grandes responsables del cambio climático y, por lo tanto, todo esfuerzo por reducir sus emisiones será cada vez más importante. Es por eso que su disminución se ha establecido firmemente en las agendas políticas y corporativas en todo el mundo, lo que en gran medida explica también el proceso de “descarbonización” en curso.
En este contexto, el gas natural está adquiriendo un rol cada vez más protagónico en el mercado energético global, al ser visto como parte importante de la solución para mitigar los efectos del calentamiento global por sus bajas emisiones de carbono. Algo que nuestro propio ministro de Energía destacó hace unos días a la prensa, al afirmar que el gas natural aparece como una buena alternativa para cumplir con la meta de no permitir un aumento de la temperatura del planeta más allá de 2ºC.
Las credenciales medioambientales del gas natural son irrefutables: comparado con el carbón y el petróleo, emite la mitad de CO2. Además, en muchas de sus aplicaciones produce apenas dióxido de azufre, la principal causa de la lluvia ácida; genera muy poco óxido de nitrógeno, el culpable del smog, a la vez que su combustión no libera material particulado fino, el agente contaminante más dañino para la salud de la población.
Una economía “verde” requiere energía de base que cubra la intermitencia de la mayoría de las fuentes renovables no convencionales, que sea limpia y amistosa con el medio ambiente, todos atributos reconocidos en el gas natural. Un buen ejemplo es Estados Unidos, donde la electricidad generada con gas natural creció de un 20% a un 25% en los últimos seis años, remplazando principalmente al carbón. Como consecuencia, las emisiones de gases de efecto invernadero disminuyeron en 450 millones de toneladas, la mayor caída registrada a nivel mundial.
Recogiendo las palabras pronunciadas hace unas semanas por el presidente de la International Gas Union (IGU), David Carroll, si se incrementa el uso de este combustible en los sectores de generación eléctrica, en el transporte y en hogares, la calidad de vida del ciudadano mundial mejorará en gran medida. Para que ello sea una realidad, sin embargo, es también necesario romper barreras que entraban la mayor penetración del gas natural en sus diferentes segmentos de uso, en particular las referidas a temas regulatorios.
Estamos ciertos que la mejor manera de aportar a la mitigación del fenómeno del cambio climático es mediante el uso de energías de bajas emisiones –como es el caso del gas natural-, la promoción de la eficiencia energética, la incorporación de fuentes renovables competitivas y la aplicación de nuevas tecnologías.