Invierno tras invierno, la contaminación atmosférica reflota como uno de los grandes problemas que afecta a los chilenos, acaparando grandes titulares de prensa, recomendaciones y declaraciones diversas. Pasan los años y el panorama no cede, lo que da cuenta de la escasa urgencia que en la práctica se le asigna al asunto, pese a su gravedad.
Más que un tema ambiental, la mala calidad del aire es un problema de salud pública. Cerca del 90% de la población mundial vive actualmente en áreas que exceden las normas de calidad de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y unos 6,5 millones de personas mueren cada año por enfermedades relacionadas con la polución. Chile no está ajeno a esa realidad: el último reporte de calidad de aire urbano dado a conocer en mayo por la OMS, que analizó datos de más de 4.300 ciudades de 108 países, reveló que seis ciudades chilenas figuran entre las 20 más contaminadas de América, considerando las emisiones de material particulado fino, el más riesgoso para la salud, la mayoría de ellas ubicadas de Santiago al sur.
Nuestra industria ha realizado grandes esfuerzos en los últimos años por aumentar la participación del gas natural en los distintos segmentos de consumo -sea producción de electricidad, usos industriales, calefacción domiciliaria o utilización en vehículos-, contribuyendo al proceso de descontaminación. Pese a todo, sin embargo, en todos estos segmentos se siguen utilizando preferentemente combustibles contaminantes, como carbón, petróleos pesados, leña y diésel.
En el marco del proyecto “Futuro de la Energía en Chile”, ejecutado este año por la plataforma Escenarios Energéticos, la industria chilena del gas natural ha manifestado su decidido compromiso con el desarrollo sustentable del país. Es por ello que seguiremos trabajando para que los beneficios de esta fuente de energía limpia, moderna y versátil lleguen a más regiones, más ciudades y más comunas del país. No obstante, para que estos esfuerzos fructifiquen de manera más rápida, es necesario contar con el apoyo de normativas claras que cuantifiquen las externalidades de generar energía a partir de los distintos combustibles.
En tal sentido, el desafío es avanzar en regulaciones que nivelen las condiciones entre los distintos energéticos, incorporando la variable ambiental. De lo contrario, todo se reducirá a “energía barata”. Y como ya hemos aprendido, lo barato cuesta caro. Y ese costo lo seguirán pagando millones de chilenos afectados por la contaminación atmosférica.
Fuente: AGN