El gas natural licuado (GNL) se erige como la alternativa más limpia, sostenible y competitiva entre los combustibles tradicionales en el transporte marítimo.
El transporte marítimo, tanto de mercancías como de pasajeros, pone rumbo hacia un futuro más sostenible y respetuoso con el medio ambiente. Esto no es solo una pretensión de las compañías navieras, sino un viraje impulsado por el establecimiento de nuevas normativas internacionales sobre emisiones que entrarán en vigor en los próximos años.
Hoy, cuando se visita cualquier puerto, basta un simple vistazo a los buques atracados para ver cómo desde sus chimeneas se elevan columnas de humo negro cuya composición delata elementos, como el azufre, dióxido de carbono (CO{-2}) o el óxido de nitrógeno, elementos nocivos para la atmósfera, los mares y, en algunos casos, también para la salud humana.
De acuerdo a cifras de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Transporte (UNCTAD), el transporte marítimo supone el 90% del transporte de mercancías a nivel global. Esta actividad estratégica consume hasta el 10% del crudo del planeta, una estadística que no sorprende mucho teniendo en cuenta que hay más de 55.000 buques mercantes surcando los mares, los cuales son una fuente excesivamente abundante de emisiones contaminantes debido al empleo de fuel-oil, que es el gran responsable de esta polución.
Sin embargo, la exigencia de las normativas y la conciencia medioambiental ha motivado la investigación de nuevas maneras de movilidad más sostenibles que el petróleo y sus derivados. Entre ellas, la más prometedora es el gas natural licuado o GNL, cuyas características la señalan como la opción más consolidada gracias a su rentabilidad y autonomía.
De acuerdo a expertos, el GNL, que es el mismo gas que se usa para cocinar o encender el calefon de las casas, reduce hasta en 25% las emisiones de CO{-2}, el 90% de óxido de nitrógeno, el 95% del azufre y el 99% de las partículas. Además, los motores que emplean este compuesto pueden ser hasta 50% más silenciosos.
Aunque hoy hay una considerable flota de mercantes y naves de pasajeros propulsados por este gas en todo el mundo, también es posible modificar las embarcaciones existentes. Para esto, es necesario el cambio de los motores (aunque los motores a gas son prácticamente iguales a los que queman fuel-oil), naturalmente, así como la instalación de los depósitos para el GNL y una serie de infraestructuras y canalizaciones específicas. Tales cambios no afectan la capacidad del buque en términos de capacidad de carga o de maniobrabilidad, pero necesita cambios positivos en los costos operacionales.
El trabajo con este combustible también es diferente, ya que a diferencia del fuel-oil, que hay que mantener caliente para que fluya, el gas tiene que mantenerse frío y su funcionamiento es mucho más limpio, algo que también se nota durante su tiempo en los puertos, ya que ayuda a que el aire sea más puro.
El reabastecimiento
La otra peculiaridad está en el repostaje o recarga de combustible, el denominado bunkering. Una opción simple es el suministro al buque desde un camión cisterna estacionado en el muelle. Esta suele ser vista como una solución temporal, pero también hay soluciones más eficientes, como embarcaciones especiales para proveer este tipo de gas.
Esta modalidad, llamada ship to ship, incluso puede llevarse a cabo a través de barcazas en mar en abierto.
También es posible surtir de combustible desde un depósito fijo instalado en el puerto, el terminal to ship, que ofrece mayor caudal de suministro. No obstante, este tipo de instalaciones están muy supeditadas a la geografía y el entorno del puerto. Otra solución es la del intercambio de contenedores criogénicos de GNL, pequeños depósitos que permiten su sustitución inmediata cuando se vacían.
Mayor seguridad
En general existe bastante desconocimiento acerca de las implicaciones en materia de rendimiento, seguridad o ecología de este tipo de propulsión, aunque existe un consenso generalizado acerca de lo perjudicial que resulta la navegación tradicional para la atmósfera y para el entorno marino, especialmente en el que grandes cantidades de combustible termina derramándose en el mar.
El gas natural licuado elimina este riesgo. Esto tiene que ver con las características físicas de este combustible. El proceso de licuado, o lo que es lo mismo, el paso del estado gaseoso al líquido, se logra mediante un tratamiento en origen que implica enfriar el material hasta los -160º C. Esto hace que su volumen se reduzca 600 veces, lo que permite que transportarlo sea mucho más eficiente, rentable y seguro. En caso de fuga, el gas se evaporaría, por su propia naturaleza, casi inmediatamente.
Pasará aún un tiempo hasta que el GNL cobre la notoriedad en la conciencia colectiva de los usuarios. Pero hasta que llegue ese momento, esta alternativa a los contaminantes combustibles tradicionales ya está haciendo su trabajo: moviendo gente, mercancías y, de paso, cuidando el aire y el agua de los océanos. El presente es el futuro.
Fuente: El Mercurio -Ediciones Especiales/ Gestión de Combustibles