La sociedad contemporánea enfrenta desafíos complejos y debemos abordarlos en simultáneo. Para lograrlo, la ONU ha definido una agenda con Objetivos para el Desarrollo Sostenible (ODS), hoja de ruta en que la energía se considera un recurso esencial.
El ODS7 está dedicado a la energía, con metas concretas: garantizar el acceso universal a servicios energéticos asequibles, fiables y modernos; aumentar la proporción de energías renovables, y duplicar la tasa mundial de mejora en eficiencia energética.
Según los profesores Carlos Villalobos, Carlos Chávez y Adolfo Uribe -todos de la U. de Talca-, el ODS 7 puede guiarnos hacia un concepto clave: la pobreza energética. Este introduce las dimensiones del bienestar relacionadas con el beneficio directo que la energía otorga a las personas.
El PNUD ya recomendó a Chile -en 2018- definir esta línea de pobreza energética, más allá de las fuentes de generación y condiciones de acceso a la electricidad. Sin embargo, aún no se ha adoptado una definición oficial del concepto.
Nuestra Política Energética de Largo Plazo (2016-2021) ha puesto énfasis en la descarbonización y los esfuerzos de corto plazo buscan introducir más energía renovable variable y contener el alza de las tarifas, rezagando los aspectos ligados a contaminantes locales.
Los académicos de la U. de Talca plantean que el bienestar energético de la población no depende sólo de la falta de electricidad o de cómo el precio restringe el acceso, sino que también debe ser entendido en función del bienestar de las personas.
En ese sentido, pareciera que estamos descuidando la relación entre la pobreza y los graves problemas de contaminación del aire en las ciudades y en los hogares que queman leña para calefacción. De hecho, según el Quinto Informe Anual sobre Calidad del Aire en el Mundo, de IQAir, ocho de las 15 ciudades más contaminadas de Latinoamérica se ubican en Chile, de Santiago al sur.
El gobierno se ha enfocado en la electrificación para responder a la leña. Pero esto es similar a “correr antes de aprender a caminar”, dado que hoy existen alternativas a implementar de forma más rápida y costo-efectiva, mientras la electrificación va a requerir cambios normativos e inversiones cuantiosas en acondicionar miles de hogares.
De ahí que, más allá de su rol en la matriz y en los sistemas de generación eléctrica, el gas natural también puede aportar a enfrentar la pobreza energética, como un elemento capaz de reemplazar al diésel, carbón, leña u otros, gracias a sus bajas emisiones y sistemas de combustión que llevan a cero la contaminación intradomiciliaria.
Debemos aprovechar las ventajas y potencial del gas natural, como un combustible eficiente y al que Chile accede desde diversificadas fuentes: a través de los gasoductos con Argentina y los terminales de GNL en Quintero y Mejillones.
Por Carlos Cortés Simon
Presidente ejecutivo de AGN
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